lunes, 14 de junio de 2010

LA UTOPÍA DEL “HUBIERA”…

Todo comenzó cuando un grupo de mongoles atravesó el estrecho de Bering en busca de un nuevo lugar para establecerse… Eran persistentes, tal vez los motivaba la esperanza de lo que prometían los hechiceros de la tribu: encontrar un mundo nuevo en dirección al sol naciente; pero el primer sitio al que llegaron, justo en la frontera entre los Estados Unidos y la URSS, no era nada agradable: Islas rocosas, frías, estériles, de difícil acceso y con muy pocos alimentos.

Así es que estos “elegidos” del destino, siguieron su camino por Alaska, y se convirtieron en los ancestros más remotos de la raza que Cristóbal Colón llamó de forma equivocada: “indios”.

Probablemente, otras hordas de Siberia, siguieron más adelante la misma ruta, y así, poco a poco, nuestro continente se fue poblando de millones de personas, cada tribu con características peculiares, con su propia cultura, dioses, ritos y miles de lenguas entre si; eran muy avanzados, araban la tierra, construían instrumentos musicales, cultivaban frutos, eran excelentes cazadores y fabricaban tejidos y cestos.

Las civilizaciones llegaron a su apogeo: los mayas en México, que tenían todo un sistema matemático y un calendario muy exacto, los incas en Perú, los toltecas, los arawaks y muchos otros grupos divididos en complejas castas, los cuales tenían un defecto que tal vez fue la causa de su destrucción: nunca supieron ser unidos, ni ayudarse entre sí o hacer alianzas; el “hombre blanco” no tuvo que “dividir y vencer” sino simplemente enfrentar tribu por tribu.

Es curioso ver que el descubrimiento de América fue hecho por una simple equivocación, por casualidad, y también por los errores matemáticos de Colón al intentar calcular una ruta mas corta para llegar a las “Indias”; pareciera que todo se confabuló para que este hecho sucediera: los reyes de España concedieron el permiso a Colón, el viaje fue sencillo y no muy costoso; al llegar a tierra firme, los europeos se asombraron de la rareza de las plantas y la gente que habitaban este lugar.

Así comenzó la historia de la ocupación europea de los pueblos indígenas de las Américas, una historia de conquista, esclavitud y muerte.

Un rasgo interesante de la cultura de aquellos aborígenes, es el trato que le daban a las mujeres: la sociedad no era machista, sino igualitaria (En algunos casos incluso matriarcal), adoraban a muchos dioses (eran politeístas), de los cuales una gran parte eran femeninos.

Los vestigios de sus estereotipos de belleza, podemos observarlos en algunas pinturas o figuras de barro, donde se muestra que las mujeres hermosas para ellos, eran las que tenían muy amplias caderas y de complexión robusta (y no la moda de flacas anoréxicas que predominan actualmente como un estándar de modelo); no existían las leyes matrimoniales, las mujeres elegían a sus parejas sin prejuicios, ni conveniencias, dejaban a los hombres a su placer, sin ofensa, celos, ni enfado; eran respetadas, cuidaban los cultivos y se dividía el poder entre los sexos, brillaba por su ausencia en esta sociedad, la idea europea del predominio masculino y la sumisión femenina; veían la desnudez como algo natural, no le daban importancia a las cosas de valor, eran ingenuas y compartían sus cosas con los demás. Al ver esto, los españoles, quedaron atónitos, y comentaban en algunos de sus textos:
“Las mujeres embarazadas trabajan hasta el último minuto y dan a luz casi sin dolor; al día siguiente, se levantan, se bañan en el río y quedan tan limpias y sanas como antes de parir… Si se cansan de sus parejas masculinas, abortan con hierbas que causan la muerte del feto…” *

A los hijos se les enseñaba el patrimonio cultural de su pueblo y la solidaridad para con su tribu, a ser independientes y no someterse a los abusos de la autoridad. Todo esto contrastaba vivamente con los valores europeos que importaron los primeros colonos, una sociedad de ricos y pobres, controlada por los sacerdotes, gobernantes y cabezas masculinas de familia.

Antes de la llegada de los conquistadores, no había leyes, comisarios ni policías, jueces ni jurados, juzgados ni prisiones; sin embargo, estaban firmemente establecidos los límites del comportamiento aceptable.

Se deshonraba y trataba con desprecio al que robaba alimentos o se comportaba de forma cobarde en la guerra, hasta que hubiera pagado sus malas acciones y demostrado su purificación moral a satisfacción de los demás. La cultura era muy compleja, las relaciones humanas mas equitativas que en Europa y la relación entre hombres, mujeres, niños y naturaleza, quizás estaban mejor concebidas y organizadas que en ningún otro lugar del planeta.

Eran personas sin lenguaje escrito (salvo sus códices y pictogramas), pero que tenían sus propias leyes, su poesía, su historia retenida en la memoria y transmitida de generación en generación, con un vocabulario oral más complejo que el de Europa, y acompañado con cantos, bailes y ceremonias dramáticas. Alguna vez, John Collier, un estudioso americano que convivió con los indios, comentó:

“Si pudiéramos adoptar su cultura, habría una tierra eternamente inagotable y una paz que duraría por los siglos de los siglos…” **

Y es entonces, cuando al leer esto, surgen muchas preguntas en mi mente: ¿Qué habría pasado si los europeos no hubieran descubierto América? ¿Alguna vez han imaginado esta utopía idealista? ¿Cómo hubiéramos evolucionado?, ¿Seríamos mejores que ellos? ¿Tendríamos otro sistema económico diferente al capitalismo y a otros anteriores? ¿Cómo sería la sociedad y nuestras relaciones? ¿Cuál sería nuestra ideología? ¿Qué sería de la cultura, nuestra forma de vestir, de hablar, las costumbres y religiones? Imagino todo lo que no fue… y sigo preguntándome ¿Cómo hubiera sido?… No lo se… pues el hubiera no existe y el pasado, ya pasó…

Roxana Nayelli Gutiérrez Zepeda.
Comentarios: nayelligz@gmail.com

* D’ARCY Mc Nicke. Las tribus Indias de los Estados Unidos. Supervivencia étnica y cultural. EUDEBA editorial, Buenos Aires, 1965, P. 19.
** ZINN, Howard. La otra historia de los Estados Unidos. “Colón, los indígenas y el progreso humano”. Editorial Siglo XXI, 1999, P. 25.

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