miércoles, 31 de marzo de 2010

“¡Pobre niña! ¿Qué será de ti?”

¿Alguna vez se han preguntado de dónde surge la violencia, los abusos, el robo, los suicidios, las pandillas, el secuestro, la corrupción, el desempleo, la discriminación y demás problemas sociales? Muchas de las respuestas se encuentran dentro de la familia: en el trato y educación que le dan a sus hijos.
En un artículo pasado, hablé acerca de una mujer maltratada, y mencioné que uno de sus hijos (la niña) me llamó mucho la atención. Aquel día, mientras comíamos, los dos pequeños se acercaron tímidamente a la mesa para ser presentados, acto seguido, el niño se despidió y corrió a jugar con otros amiguitos de él que andaban por ahí; en cambio la niña, esa pequeña tan blanca y rubia como una muñeca de porcelana, fue muy seria y silenciosa a sentarse en un sillón que estaba justo en frente de mi. Su mirada, era tan profunda y vaga como un océano que se pierde en el horizonte y a pesar de que sólo tenía nueve años, sus ojos reflejaban una gran tristeza y melancolía.

Me acerqué a preguntarle por qué estaba tan sola y no se iba a jugar con los otros menores, la niña me respondió sin siquiera mirarme, con una voz fría de amargura y casi con lágrimas en los ojos: “No, no puedo… mi papi no me deja jugar con niños porque dice que son hombres y pueden hacerme daño, lo tengo casi prohibido, si me voy con ellos, se va a enojar mucho, me va a regañar y a castigar muy feo… Casi nunca salgo, no me dejan… tal vez por eso no tengo muchos amigos, sólo puedo jugar con algunas niñas…”

Después se produjo un silencio interminable, sus palabras me dejaron con un nudo en la garganta y sin saber qué decir, ¿Cómo es posible que le roben la infancia a una criatura de esa manera? Y ahí estaba ella, encerrada en una jaula de oro, sin derecho a jugar con sus amigos y su hermano por ser niña, con un padre machista y autoritario, sin una amiga en quién confiar y con un televisor como su única diversión y compañía, ¡Qué vida tan infeliz le espera! Por un momento me puse en sus zapatos, y francamente no desearía ser ella ¿Se imaginan como serán las cosas cuando esa niña tenga 17 o 18 años?

Probablemente será una joven rebelde, antisocial, reprimida y amargada que vivirá reprochándole a sus padres haberle negado la oportunidad de ser feliz, será una mujer a la que desde pequeña le inculcaron que la compañía de los hombres es mala por que la dañarán, y esto le traerá serios problemas en sus relaciones personales, pues en el fondo, tendrá resentimiento hacia el sexo opuesto, empezando por la figura de su padre que le hizo la vida imposible en vez de ayudarla.

¡Pobre niña! ¿Qué será de ella? Tal vez algún día logre escapar de su prisión, o Dios no lo quiera, termine quitándose la vida… La respuesta no la sé, pero de lo que sí estoy segura, es que como ella hay muchos niños con la inocencia perdida: niños que por tener la desgracia de haber nacido pobres, son obligados a trabajar o a pedir limosna, y ni siquiera saben lo que es un juguete; niños que por vivir en el campo y ser “hombres” tienen que aprender el oficio de las duras y largas jornadas de un campesino o un ganadero, pero nunca conocen la escuela; niñas que por necesidad, tienen que convertirse en la “mama” de todos sus hermanitos y que no pueden salir a jugar por que su madre tiene que trabajar y las pone a ellas a hacer todos los quehaceres del hogar; niños que son robados, extorsionados, violados e incluso obligados a prostituirse, niños de cualquier clase social, como nuestra pequeña protagonista, que sufren por la sobreprotección.

Y claro, tampoco podían faltar, los pequeños que son maltratados por su propia familia, los que son reprimidos o de plano abandonados por sus padres. Por favor ¡Ya basta! ¡Son niños, simplemente déjenlos ser! Ellos no tienen la culpa de haber venido al mundo, también tienen derecho a jugar, a reír, a ser libres… y no quiero decir con esto que los dejen hacer lo que quieran (sería como criar a un monstruo o un delincuente social) pero sí que les den atención, cariño y mucha comprensión, recuerden que también ustedes alguna vez fueron pequeños, y no hay mayor satisfacción que ver a un niño sonreir. Les reitero una vez más, y prénsenlo por un momento ¿Qué mundo les vamos a dar a nuestros hijos?

Roxana Nayelli Gutiérrez Zepeda
Comentarios: nayelligz@gmail.com

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