miércoles, 31 de marzo de 2010

¡Cuidado con el síndrome “AMARGATOR”!

A pesar de que en este siglo XXI, el papel de las mujeres ha ido mejorando en muchos ámbitos de la sociedad, suena paradójico pensar que muchas de ellas utilizan sus progresos para aplastar a los demás, lo que provoca que en vez de ir un paso hacia delante vayamos dos hacia atrás. Y es que hay una enfermedad que está mutilando nuestras relaciones personales, los sueños de muchas mujeres e incluso a la misma sociedad en general, y aunque este padecimiento no es nuevo, me sorprende bastante la rapidez con que se propaga alrededor de todo el mundo, sin respetar sexo (aunque suele atacar en su mayoría a las mujeres, hay muchos hombres que también ya están sufriendo de este mal), religión, estado civil (generalmente en las personas solteras), nacionalidad, raza, edad o condición social.

Así es, se trata del síndrome “Amargator”, como lo he bautizado desde hoy. Pero se preguntarán ¿cuáles son los síntomas de tan “rara” enfermedad? Tal vez algo de esto les suene familiar: La persona que padece este síndrome, probablemente sea una mujer que ha sufrido mucho en algún ámbito de su vida, entonces, al cabo de un tiempo, comienza a experimentar apatía: ya no le gusta salir a divertirse, ni hacer las cosas que antes le daban alegría, y si se presenta alguna oportunidad que pueda hacerla sentir feliz, ella misma la auto-sabotea con su carácter frío, metódico y casi neurótico que se va agravando día con día.

La “enferma“, comienza a obsesionarse con una idea fija para sobresalir en algo a toda costa, pues intenta llenar el gran vacío que lleva dentro o tal vez encontrar alguna razón de vida, no descansa hasta conseguir su meta aunque tenga que pasar por encima de todos; una vez estando ahí, disfruta observando por arriba de las cabezas de los demás y haciéndole la vida imposible a todo aquel que se cruce por su camino, y es que si ella es infeliz ¡Los demás también tienen que serlo!.

Todos nos hemos topado alguna vez con este tipo de personas que nos hacen pasar malos ratos y hasta derramar lágrimas o un poco de bilis; ¿A quién no le ha pasado que cuando va a alguna dependencia de gobierno o escuela a recoger o entregar algún papel, llega con la secretaria para hacer el trámite, y ésta, en vez de ser amable y facilitar un poco las cosas, lo tratan a uno con la punta del zapato, despotismo y hasta desprecio? Y por si esto fuera poco, para colmo ¡Hasta se enojan y nos hacen mala cara! ¿Quién no ha sido víctima de una telefonista de cierta “oficina importante”?, llamas para pedir información y te dan un insulto, o si no hasta te reclaman, o peor aún, te cuelgan el teléfono y te dejan con la palabra en la boca. Y ¡Claro, no podía faltar! ¿Alguien recuerda en su época de estudiante haber tenido una maestra con el síndrome “Amargator”? Sí, de ésas que llegan al salón de clases y en vez de sembrar conocimientos, siembran el pánico en sus alumnos, con sus extenuantes y rigurosos exámenes, complicadas y extensas lecturas (a veces hasta en otros idiomas), trabajos minuciosos y exagerados, y métodos de enseñanza tan complejos, que casi ni ellas mismas los entienden... Para al final, ponerte una calificación que no merecías o de plano reprobar a mas de medio salón.

Quiero compartir con ustedes, la experiencia de la gota que derramó el vaso, y es que esto ¡Ya fue el colmo!: resulta que una colega que trabajaba en una oficina como becaria, aunque en realidad funge como secretaria auxiliar (donde por cierto a diario tiene que lidiar con llamadas y regaños telefónicos porque sus “patronas” no quieren ser molestadas en tomar ni una llamada dirigida hacia ellas); un día se encontró con un amigo, él estaba muy apurado porque tenía que grabar unos textos y no encontraba al señor que siempre le ayudaba a hacerlos; entonces la muchacha se ofreció amablemente a ayudarlo, al fin y al cabo a ella le gustaba hacer todo ese tipo de cosas. El amigo aceptó gustoso y ambos se pusieron a trabajar en eso. Al muchacho le pareció buena la voz de la chica, así que desde entonces, semana tras semana la joven le ayudaba con las grabaciones, que estaban destinadas a una “maestra muy especial” y al decir “especial” me refiero a que esta “señora” padece de la susodicha enfermedad antes mencionada.

Así pasaron unos meses, hasta que un día el amigo le dijo a la chica que había renunciado a las grabaciones, la muchacha sorprendida, preguntó por qué, ¿y saben cuál fue la respuesta?: “porque la maestra es muy quisquillosa, ¡nada le parece!, en realidad ella se enojó porque te permito que me ayudes a grabar sus cosas, y quiere que todo lo haga el otro señor, por eso renuncié y le dije que ella buscara a quien quisiera y se encargara personalmente de su asunto; no es justo que tu estés haciendo bien las cosas y ella menosprecie tu trabajo…”

La joven no pudo menos que sentirse mal y hasta en cierto modo culpable de la renuncia de su amigo, ¡¿Cómo es posible que sucedan estas cosas?! ¡Ahora resulta que esa “viejita cascarrabias” se enojó porque le hicieron un favor! (porque a la muchacha no le pagaban un centavo por su trabajo, ella sólo lo hacia por ayudar y tomar un poco de práctica).

La verdad de esta historia, es que esa infeliz mujer, no pudo tolerar que la chica fuera buena en lo que hacía, no quiso aceptar que cambiaran sus ideas cuadradas que no van más allá de su nariz, y por eso, impuso los límites mediante su absurdo autoritarismo para que aquella joven, sufriera un poco del gran dolor que lleva dentro, ¡Qué lástima me da ese tipo de gente!, y no me refiero a la muchacha, si no a la “maestra”; la chica seguirá su camino y encontrará nuevas y mejores oportunidades de triunfar en la vida, pero esa pobre mujer, vivirá enferma de amargura por el resto de sus días. ¿Son este tipo de personas con las que queremos convivir? No lo creo. Afortunadamente, para las mujeres que padecen esta enfermedad, les diré que tiene cura, claro, que como toda rehabilitación, se requiere saber reconocer que están actuando mal, y sobre todo tener la disposición, paciencia y voluntad de cambiar, ¡Hay tantos motivos en esta vida para estar felices! ¿Por qué aferrarnos haciéndonos la vida imposible con falsas ilusiones de la realidad que no pudo ser?

Es así y sólo así como podremos erradicar este mal de nuestra sociedad, y si lo contrario de la amargura, es la dulzura, ¡aquí está el remedio para la enfermedad!, la próxima vez que se encuentre con este tipo de personas, en vez de hacer corajes innecesarios, berrinches o vengarse, sonríale y háblele con palabras de cariño, así la gente que sufre del síndrome “Amargator” se sorprenderá de su actitud y podrá empezar a reaccionar, dándose cuenta ¡que la vida no tiene que ser siempre gris! Y recuerde que en estos casos, cualquier parecido con la realidad ¡NO es mera coincidencia! ¡Tenga cuidado con el síndrome “Amargator”! Uno nunca sabe a quien pueda atacar… ¿Será usted su próxima víctima?...

Roxana Nayelli Gutiérrez Zepeda.
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